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LA EDUCACIÓN QUE DEBEMOS MANTENER CUANDO VIAJAMOS AL EXTRANJERO


Seguramente muchos de nosotros, alguna vez a lo largo de nuestra vida, viajaremos a un país extranjero. Sea por razones de trabajo, negocios o por placer, cuando nos traslademos a un país del que no somos oriundos, nos informaremos no sólo de la diferencia horaria respecto a nuestro país, sino también de algunas de sus costumbres que, compartamos o no, deberemos respetar.

Entre países y entre los distintos continentes, la manera de proceder, el protocolo y las reglas sociales varían. No sólo el idioma nos resultará desconocido, también las reacciones más básicas y las actitudes más cotidianas no nos serán familiares. Entre países y entre estados, incluso aunque pertenezcan a la misma cultura, cambia desde la manera de saludar, de agradecer las cosas, hasta el modo de presentamos.

No vamos a entrar a valorar qué es políticamente correcto ni cuáles son las costumbres sociales de cada país, y que no podemos olvidar ninguna. Lo que sí podemos hacer es advertir de que, cada vez que nos traslademos a un país extranjero, respetaremos sus reglas, sus costumbres y maneras, por distintas que sean a las nuestras. No significa que tengamos que perder nuestra propia identidad o ser algo que realmente no somos. Es una cuestión de educación. 

El refrán que dice, «Allí donde fueres, haz lo que vieres», es francamente aplicable en este contexto.

Es posible que la razón de nuestro viaje sea una celebración a la que asistimos como invitados, como puede ser una boda o una recepción. En este caso, nuestra obligación será informarnos de las costumbres que rigen respecto al tipo de evento y actuar en consecuencia.

La crítica no estará aceptada, siempre que responda a una cuestión de gustos o costumbres. Es muy posible que a los turistas que viajan a España les parezca una verdadera salvajada la fiesta taurina. Sin embargo, y a pesar de la existencia de acólitos de los toros y de detractores, nadie puede negar que "es una de las mayores representaciones del folclore español" afortumadamente cada vez más en desuso, por ser una forma cruel de maltrato animal. Si a nosotros una costumbre propia de otro país nos produce la misma sensación, bien porque no la entendemos o porque no nos parece aceptable, nos guardaremos la crítica y la opinión para nosotros. No podemos permitirnos el lujo de exprésar nuestra desaprobación a una actividad o celebración que en otro lugar es una costumbre ancestral heredada de generación en generación.

Lo cierto es que la única manera de llegar a conocer esas costumbres oriundas de cada país, que pueden resultarnos tan crueles y poco convencionales, es mezclarnos con sus ciudadanos, en lás mismas calles, colarnos por un momento es su mundo particular. Es asombroso cuánto puede cambiar nuestra concepción de las cosas si somos capaces, de alguna manera, de ver a través de sus ojos, de utilizar sus sentidos y razonamientos para entender algo que a priori puede resultarnos carente de lógica e incluso equivocado. Esta actitud no forma parte de un consejo y más bien responde a las personas que desarrollan una curiosidad innata por lo desconocido de otras gentes y otras culturas. De hecho, conociendo una cultura podemos llegar a conocer en realidad a las personas que pertenecen a ella.

En cualquier caso, el mensaje que intentamos transmitir es que la crítica y el aislamiento de lo desconocido que podamos encontrar en el país al que viajemos no son adecuados para poner en práctica nuestras buenas maneras, que si las demostramos en cada momento de la vida, con más razón debemos hacerlo si nos encontramos lejos de nuestro entorno. No quedaremos, en definitiva, como personas maleducadas, porque además, allí donde vayamos, nos convertiremos en una especie de embajador, de representante de nuestro país.

La gastronomía es una de las ciencias que más cambia entre los distintos países. Probablemente, si usted viaja a un país árabe, por poner un ejemplo, le suponga un esfuerzo acostumbrarse a un menú cargado de especias, a base de carne de vaca y sémola de trigo, el llamado cous cous en muchos países del Magreb. No es obligado que le guste la comida típica del país, pero lo que en ningún caso le será permitido es criticarla, quejarse, manifestar expresamente su desagrado, pues estará faltando al respeto de las personas que viven allí, de las que le han preparado la comida que usted está disfrutando y de la comunidad en general. No la coma si no quiere, pero evite este tipo de críticas y las odiosas comparaciones con lo que usted está acostumbrado a comer en su país.

Hay personas que si bien no critican lo que a sus ojos es extraño de otros países, sí establecen todo tipo de comparaciones infundadas y fuera de lugar. «En mi país la carne no se cocina así, el sabor es distinto...», «Pues en mi ciudad la gente, cuando se encuentra, se saluda con besos y aquí es mucho más fría...». ¿Quién decide qué es mejor o más adecuado? 

Esas comparaciones, casi siempre, tienen una connotación negativa frente a lo foráneo y de exaltación de lo propio, y no resultan educadas. Por respeto, no hable de su país salvo cuando le pregunten. Si alguien se interesa por sus costumbres, explíquele y no niegue su orgullo nacional, pero a aquella persona que expresamente se lo pida.

Respecto al idioma, hay ciertos apuntes a tener en cuenta. Nadie está obligado a conocer el idioma del país al que viaje. Puede que se entienda en el suyo propio o que conozca el idioma comodín que nos salva de ciertos conflictos lingüísticos, el inglés. Pero si no conoce ni una palabra del idioma propio del país al que viaje, no ponga pegas, no culpe a la totalidad de sus habitantes por no conocer su idioma, pues ni tienen culpa ni es su obligación. Hay personas que a pesar de entender parte del idioma extranjero, se muestran reticentes a usarlo y consideran que son los demás los que tienen que hacerse entender. Si el extranjero es usted, la responsabilidad es suya, le guste o no.

Los extranjeros que estén en su país, los que sean visitantes en su ciudad, deberán acatar las mismas reglas, aunque en sus manos estará hacer que se sientan bien, que se lleven una buena impresión del lugar y la cultura a la que usted pertenece. Explíqueles aquello que no entiendan, pero nunca pretenda que valoren o consideren las cosas a su modo, y no se olvide de su condición y procedencia.

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COMO MANTENER LA BUENA EDUCACIÓN CON NUESTROS VECINOS


Todos nosotros, vivamos de alquiler o seamos propietarios, habitemos en un piso, chalé o casa individual, en la ciudad o en el campo, tenemos que relacionamos con nuestros vecinos, esas personas que viven en nuestro mismo edificio o en el chalé colindante. 

Con los vecinos, además de compartir los gastos de comunidad, el uso de las zonas comunes, como el ascensor o la piscina de la urbanización, compartimos de alguna manera nuestra vida; a muchos de ellos los vemos a diario y son las personas que, en caso de emergencia, más cerca van a estar de nosotros, incluso más que nuestros propios familiares.

Debemos ser capaces de establecer relaciones cordiales con nuestros vecinos, hacer que la convivencia sea agradable. No significa que nos tengamos que hacer amigos íntimos, aunque efectivamente puede ocurrir. Trataremos de establecer una relación basada en el respeto y la educación, teniendo en cuenta que son personas con las que de alguna manera convivimos, no de puertas adentro de nuestra casa, pero sí en todos los espacios comunes que estamos obligados a compartir.

Y precisamente de puertas adentro de nuestra propia casa es donde debemos comenzar a aplicar unas mínimas reglas de convivencia. A pesar de que sea nuestro espacio vital, no podemos hacer todo lo que nos venga en gana, si con ello molestamos al vecindario. 

Una de estas molestias que podemos causar son los ruidos. En todo edificio o comunidad de vecinos existen unos estatutos que hay que cumplir, ordenanzas que afectan a todos los copropietarios y a quienes viven en régimen de arrendamiento. Esos estatutos establecen que a determinadas horas no se nos permite alterar la tranquilidad del inmueble. Así, si queremos escuchar música, ver la televisión o sintonizar la radio, el volumen será lo suficientemente bajo como para no despertar al vecindario, si se trata de esas horas establecidas por ley. 

Por respeto, antes de las diez de la mañana o después de la diez de la noche el volumen de nuestro aparato de radio o televisión no sobrepasará un límite aceptable de decibelios. El objetivo es que seamos nosotros los únicos capaces de escuchar la música o el programa de televisión. Incluso a una hora normal, nuestros vecinos no deben verse obligados a insonorizar su vivienda para evitar escuchar nuestra música.

Es posible que lleguemos tarde a casa, una noche en la que hemos salido a tomar unas copas o hemos tenido que hacer horas extras en la oficina. Si es así, evitaremos hacer cosas que despierten al vecindario. 

No debemos olvidar, especialmente si vivimos en un piso, que las paredes oyen, que a veces nuestros vecinos con capaces de escuchar nuestras conversaciones, aun sin poner empeño en ello. 

Si decidimos redecorar nuestra casa y la tarea exige que movamos los muebles, lo haremos a una hora prudencial. Si tenemos un hijo que toca el piano, por orgullosos que nos sintamos de él y aunque consideremos que es un lujo escuchar sus interpretaciones, debemos saber que no piensan así el resto de vecinos, sobre todo si nuestro hijo repasa sus temas a la hora de la siesta. 

Los estatutos anteriormente citados también hacen mención especial a ese rato de descanso después de la comida; aunque hay variaciones dependiendo de la comunidad de propietarios, generalmente abarca de las tres a las cinco de la tarde. Respetemos el silencio en esas horas.

Los vecinos tampoco deben ser testigos de nuestras acaloradas conversaciones. No debemos utilizar un tono de voz tan alto que les facilite conocer desde primera línea nuestros posibles problemas domésticos o nuestras discusiones familiares. Moderemos por tanto nuestro tono de voz, regla básica de educación en cualquier contexto social.

Las zonas comunes, mobiliario del portal o los descansillos, piscinas o zonas verdes en las urbanizaciones, etc., no nos pertenecen en exclusividad. Se trata de servicios de uso y propiedad comunes que debemos respetar y tratar cuidadosamente. Es posible que a nosotros no nos importe que uno de los farolillos del recibidor se rompa, porque ni siquiera nos gusta ni consideramos que sea un elemento decorativo para el portal. Probablemente nos ocurra lo mismo con el cuadro que hay colgado en la pared frente a los ascensores, de tal modo que cuando nuestro hijo pequeño se dedica a rascar con un bolígrafo el cristal del lienzo ni siquiera nos molestemos en llamarle la atención. Bien, no es decisión nuestra la belleza del mobiliario del portal, así es que la cuidaremos y procuraremos que la cuiden aquellas personas que dependan de nosotros.

En las comunidades en que haya piscina y zonas verdes nuestra actitud debe ser la misma. Además de velar por el buen estado de estas instalaciones, debemos respetar sus reglas de uso. Si el presidente de la comunidad ha consensuado con todos los propietarios que el horario de piscina es de diez de la mañana a nueve de la noche lo respetaremos, a pesar de que en las calurosas noches de agosto no haya nada que nos apetezca más que zambullirnos en el agua a las cuatro de la mañana.

Si tenemos hijos pequeños, no permitiremos que se bañen en la piscina si no está el socorrista, a no ser que podamos estar permanentemente con ellos mientras dura su baño. 

Cuidaremos los jardines y no tiraremos ningún desperdicio en los mismos, aun a sabiendas de que el jardinero puede ocuparse de limpiarlos. Su labor no es precisamente recoger la porquería que por irresponsabilidad vayamos dejando a nuestro paso.

El uso del ascensor también puede dar lugar a problemas de convivencia. Debemos hacer un uso racional de este útil objeto, porque tampoco nos pertenece. Lo usaremos para subir o bajar de una planta a otra, y si hablamos con el vecino del segundo en el descansillo no lo haremos desde su interior dejando la puerta abierta e impidiendo su uso al resto de vecinos. Si está ocupado cuando necesitamos usarlo seremos pacientes. No compensa establecer una guerra de botones con el vecino del piso de arriba que llama al ascensor al mismo tiempo que nosotros. Siempre que esté en nuestra mano rentabilizaremos el ascensor, no sólo por los gastos que pueda originar, sino para hacer más corta la espera de los demás vecinos. Si vemos a alguien con intención de usar el ascensor cuando nosotros ya estamos dentro de él, esperaremos con la puerta abierta a que pase. Tampoco debemos poner mala cara si alguien interrumpe nuestro viaje mientras descendemos del sexto piso al sótano. Esa persona tiene el mismo derecho que nosotros a utilizar el ascensor.

Los animales domésticos provocan a veces verdaderos enfrentamientos vecinales. Nuestro gusto por los perros o gatos no ha de ser compartido por los demás, que están en contra de tener animales en pisos. Si nosotros decidimos tenerlos, siempre y cuando el estatuto lo permita, ha de ser con el compromiso que supone su cuidado, aseo y educación. Les sacaremos a la calle las veces que sean necesarias cada día, con el fin de que no «hagan de las suyas» en las escaleras. Procuraremos no bajar con ellos en el ascensor y si ensucian algo nos preocuparemos de limpiarlo. En cualquier caso, y a pesar de no que no esté prohibido tener animales domésticos en el edificio en el que vivamos, si el resto de vecinos se opone porque realmente les moleste los ladridos del perro o que el gato se cuele en su casa saltando por la terraza, se someterá a votación entre la junta de vecinos para dilucidar si se permite o no. Tendremos que acatar la decisión que se adopte, por mucha pena que nos dé, o incluso plantearnos cambiar de casa.

El resto de reglas de convivencia serán las normas mínimas que debemos aplicar en todas las facetas de las relaciones sociales. Saludaremos a cada persona con la que coincidamos en el portal o en el ascensor. Los buenos días, tardes o noches de rigor no deberán faltar. Igualmente cederemos el paso a las señoras y las personas ancianas, seremos corteses con todos y cada uno de nuestros vecinos. Si alguien llama a nuestra puerta se la abriremos educadamente y le brindaremos ayuda si está a nuestro alcance. Si alguien nos pide un poquito de sal o de azúcar, se la prestaremos con una sonrisa; es muy posible que en un futuro seamos nosotros los que necesitemos un favor.

En caso de emergencia nos mostraremos dispuestos a echar una mano. Como comentábamos al principio de este epígrafe, nuestros vecinos son las personas más cercanas a nosotros si nos surge un problema de gravedad. Hay muchas probabilidades de que a lo largo de nuestra estancia en una comunidad de vecinos, aunque sea temporal, suframos algún percance y nos veamos en la obligación de dar aviso a los bomberos, a la policía o de pedir auxilio al vecindario. Por ello, las relaciones que mantengamos con nuestros vecinos, además de tener que ser cordiales, pueden sacarnos de un apuro.

¿QUÉ ES EL PROTOCOLO? EL USO DE LAS BUENAS MANERAS


¿Esmoquin o chaqué? ¿Vestido largo o corto? ¿Debo llevar una botella de vino a la comida a la que me han invitado? ¿Cómo hago el nudo de la corbata? Éstas sólo son algunas de las preguntas que pueden surgirnos si seguimos las reglas ceremoniales del llamado protocolo. 

Podría definirse el protocolo como el conjunto de acciones que podemos desarrollar o de las que podemos formar parte, que además tienen una manera de hacerse, de ser, acorde a unas reglas de la educación y las buenas formas.

Podemos establecer una comparación entre el protocolo y el comportamiento, ya que de la misma manera que las personas no podemos hacer lo que se nos antoje cuando se nos antoje, sin unas reglas mínimas de comportamiento y civismo, el protocolo igualmente exige una determinada forma de proceder. 

En la vida, en las relaciones sociales, personales, familiares, profesionales y en cada uno de los ámbitos a los que, aunque sea de forma eventual, pertenezcamos, que nos exigen relacionarnos con otras personas, debemos actuar conforme a unas reglas. A este tipo de remisas nos referimos cuando aludimos al protocolo.

El tratamiento que damos a determinadas personas según su posición social y su cargo, el que nos merecen quienes ostentan un título nobiliario, las relaciones diplomáticas que se establecen entre países a través de sus representantes internacionales, etc., forman parte del protocolo, pero cada uno de nosotros está sujeto a sus normas, aunque en mayor o menor medida y con más o menos responsabilidad.

Ciertos cargos profesionales u oficiales constituyen la mayor representación del protocolo: ministros, diplomáticos, responsables de comunicación o gabinete, cargos políticos intermedios, comisarios, etc., son las personas encargadas de que el protocolo se cumpla con rigor. A menor escala, entre cada uno de los ciudadanos de a pie, también hay que tenerlo muy presente, respetándolo en cada uno de nuestros actos.

Para abordar de manera sencilla la definición de protocolo y poderlo llevar al terreno práctico, hemos querido diferenciar la manera en la que nos influye en los distintos ámbitos de la vida. Cuando más necesario se hace el protocolo es en el ámbito oficial y político. En principio, porque la manera de actuar de aquellas personas que desempeñan uno de estos cargos está sujeta a rígidas reglas de comportamiento. 

Cuando se celebra cualquier tipo de evento, audiencia, recepción de personalidades, en el que están presentes estas personas, detrás de dicho acto hay todo un ejercicio de organización que requiere gran esfuerzo y trabajo. Ese esfuerzo se destina a preparar una completa agenda, fiel a las reglas del protocolo ceremonial, que está detrás de lo que el acto parece a simple vista. Por ejemplo, una recepción que cuenta con un elevado número de personalidades nacionales y extranjeras para celebrar una «cumbre» política, por poner un ejemplo, no sólo consiste en organizar el lugar donde va a celebrarse, en habilitar un palacio de congresos, sino en otro tipo de acciones paralelas dirigidas al cuidado de cada uno de sus integrantes.

Es posible que usted, no se vea obligado a asistir a un evento de estas características más que una vez en su vida, quizá ninguna, pero también es posible que por razones profesionales o compromisos indirectos sí tenga que asistir a uno y se sienta perdido, intimidado y hasta fuera de lugar. Sepa que en este tipo de actos hay un extenso equipo de personas que se dedican a que otras como usted se sientan bien, sepan cuál es su papel y. función y le indiquen los pasos a seguir. Y en cualquier caso, ante la obligación de cumplir con estas normas protocolarias que probablemente desconozca, le recordamos el mismo refrán al que nos referíamos en anteriores post: «Allí donde fueres, haz lo que vieres».

Hablemos ahora de lo que podría denominarse protocolo social. Aunque usted no sea un avezado político, un relaciones públicas profesional por razón de su cargo, se verá obligado a lo largo de su vida a acudir a otra serie de actos también formales: una boda, un cóctel, una graduación de estudios, una entrega de premios, una conferencia, etc. En cada uno de estos actos, además de comportarse con educación, deberá tener en cuenta factores como el cuidado de la imagen, la indumentaria, el respeto o las reglas básicas de educación en una mesa en la que se siente a comer. 

Si asiste a un entierro se dará cuenta de que la actitud es muy determinada y que el orden de los demás asistentes está organizado metódicamente; si usted es mujer, ha de saber que no podrá acudir a una boda vestida de blanco; si se sienta a la mesa debe conocer que el cuchillo para cortar el pescado es distinto al de la carne, y en ciertos actos necesitará vestirse de esmoquin si es hombre y no quiere ponerse en evidencia. Todo esto es protocolo.

Pero queremos dejar claro que el protocolo no sólo es ese arte lejano y descónocido que manejan ministros, senadores o miembros de la realeza. Como comentábamos, los ciudadanos de a pie deben ponerlo en práctica en su vida cotidiana, en cada una de las relaciones personales o sociales que entablen.

¿Cómo respetar el protocolo mínimo en el terreno profesional y laboral? En ellas el protocolo es un concepto más asequible, más manejable para la mayoría. Simplemente consiste en comportarse de manera correcta. En la trayectoria profesional de cada uno de nosotros, independientemente de la profesión a la que nos dediquemos, nos veremos obligados a relacionarnos con otras personas, desde compañeros de cargo a jefes, subordinados, personas que ocupan un cargo en empresas paralelas, etc. Debemos relacionarnos con cada uno de ellos, por exigencias del puesto de trabajo y por propia conveniencia, pues las relaciones y los contactos son primordiales en los tiempos que corren. Debemos ser capaces de entablar relaciones con normalidad, cordiales, que fluyan con naturalidad, respetando a esas personas y ganándonos su respeto.

En cualquier caso, sepa que, como desgraciadamente los seres humanos nos pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en el lugar de trabajo, en nosotros está ser diplomáticos, en honor a ese protocolo, y crear un buen ambiente laboral. Si tiene problemas personales, no deberá desahogarse nunca en el medio laboral, ni reflejarlos en su actividad profesional. No dé lugar a rencillas personales que entorpezcan su labor, que generen conflictos; haga, en todo momento, uso de la cortesía y la educación. Ser un profesional de cualquier actividad no implica tener buenos modales, por lo que estos consejos no son baldíos para nadie, ya sea usted un subordinado o el director de una importante compañía. Las reglas, en este caso, no hacen distinciones. Si lleva a cabo estas mínimas normas de convivencia en el trabajo, está cumpliendo con lo que en este sentido se denomina protocolo.

Bien, hay una parcela de la vida, la más importante quizás, aunque de ella no dependan las relaciones internacionales, que es la personal y familiar. Parece que es el terreno donde es menos necesario poner en práctica nuestra buena educación, y no es cierto en absoluto. Los buenos modos deben empezar por nosotros mismos, aunque los demás no nos vean, aunque no estemos sujetos al llamado ojo público. De alguna manera los seres queridos son los que en el fondo más merecen nuestra educación, respeto y condescendencia. Seguramente usted se vea obligado a hacer cosas que no son de su agrado en algún momento, para lo que necesitará dejar de lado el egoísmo y ser condescendiente, ceder, respetar y, en definitiva, convivir. 

El protocolo también es necesario en las relaciones personales y de confianza.

En esta web, no hablamos sino de protocolo muy ligado a las buenas maneras, al saber estar, al saber comportarse, a la educación: en la mesa, en el trabajo, en un hospital, en una boda. Y aunque cada uno de estos momentos, actos o celebraciones, tiene una simbología propia y una manera de proceder determinada, en el fondo la máxima es común y extensible a cualquier otro momento y situación. 

Esa máxima es la educación, necesaria y vital, para ser persona e incluso para ser feliz y hacer feliz a los demás.

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