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CUANDO LLEGA EL INVIERNO: BENEFICIOS DE LA EQUINÁCEA

COMO MANTENER LA BUENA EDUCACIÓN CON NUESTROS VECINOS


Todos nosotros, vivamos de alquiler o seamos propietarios, habitemos en un piso, chalé o casa individual, en la ciudad o en el campo, tenemos que relacionamos con nuestros vecinos, esas personas que viven en nuestro mismo edificio o en el chalé colindante. 

Con los vecinos, además de compartir los gastos de comunidad, el uso de las zonas comunes, como el ascensor o la piscina de la urbanización, compartimos de alguna manera nuestra vida; a muchos de ellos los vemos a diario y son las personas que, en caso de emergencia, más cerca van a estar de nosotros, incluso más que nuestros propios familiares.

Debemos ser capaces de establecer relaciones cordiales con nuestros vecinos, hacer que la convivencia sea agradable. No significa que nos tengamos que hacer amigos íntimos, aunque efectivamente puede ocurrir. Trataremos de establecer una relación basada en el respeto y la educación, teniendo en cuenta que son personas con las que de alguna manera convivimos, no de puertas adentro de nuestra casa, pero sí en todos los espacios comunes que estamos obligados a compartir.

Y precisamente de puertas adentro de nuestra propia casa es donde debemos comenzar a aplicar unas mínimas reglas de convivencia. A pesar de que sea nuestro espacio vital, no podemos hacer todo lo que nos venga en gana, si con ello molestamos al vecindario. 

Una de estas molestias que podemos causar son los ruidos. En todo edificio o comunidad de vecinos existen unos estatutos que hay que cumplir, ordenanzas que afectan a todos los copropietarios y a quienes viven en régimen de arrendamiento. Esos estatutos establecen que a determinadas horas no se nos permite alterar la tranquilidad del inmueble. Así, si queremos escuchar música, ver la televisión o sintonizar la radio, el volumen será lo suficientemente bajo como para no despertar al vecindario, si se trata de esas horas establecidas por ley. 

Por respeto, antes de las diez de la mañana o después de la diez de la noche el volumen de nuestro aparato de radio o televisión no sobrepasará un límite aceptable de decibelios. El objetivo es que seamos nosotros los únicos capaces de escuchar la música o el programa de televisión. Incluso a una hora normal, nuestros vecinos no deben verse obligados a insonorizar su vivienda para evitar escuchar nuestra música.

Es posible que lleguemos tarde a casa, una noche en la que hemos salido a tomar unas copas o hemos tenido que hacer horas extras en la oficina. Si es así, evitaremos hacer cosas que despierten al vecindario. 

No debemos olvidar, especialmente si vivimos en un piso, que las paredes oyen, que a veces nuestros vecinos con capaces de escuchar nuestras conversaciones, aun sin poner empeño en ello. 

Si decidimos redecorar nuestra casa y la tarea exige que movamos los muebles, lo haremos a una hora prudencial. Si tenemos un hijo que toca el piano, por orgullosos que nos sintamos de él y aunque consideremos que es un lujo escuchar sus interpretaciones, debemos saber que no piensan así el resto de vecinos, sobre todo si nuestro hijo repasa sus temas a la hora de la siesta. 

Los estatutos anteriormente citados también hacen mención especial a ese rato de descanso después de la comida; aunque hay variaciones dependiendo de la comunidad de propietarios, generalmente abarca de las tres a las cinco de la tarde. Respetemos el silencio en esas horas.

Los vecinos tampoco deben ser testigos de nuestras acaloradas conversaciones. No debemos utilizar un tono de voz tan alto que les facilite conocer desde primera línea nuestros posibles problemas domésticos o nuestras discusiones familiares. Moderemos por tanto nuestro tono de voz, regla básica de educación en cualquier contexto social.

Las zonas comunes, mobiliario del portal o los descansillos, piscinas o zonas verdes en las urbanizaciones, etc., no nos pertenecen en exclusividad. Se trata de servicios de uso y propiedad comunes que debemos respetar y tratar cuidadosamente. Es posible que a nosotros no nos importe que uno de los farolillos del recibidor se rompa, porque ni siquiera nos gusta ni consideramos que sea un elemento decorativo para el portal. Probablemente nos ocurra lo mismo con el cuadro que hay colgado en la pared frente a los ascensores, de tal modo que cuando nuestro hijo pequeño se dedica a rascar con un bolígrafo el cristal del lienzo ni siquiera nos molestemos en llamarle la atención. Bien, no es decisión nuestra la belleza del mobiliario del portal, así es que la cuidaremos y procuraremos que la cuiden aquellas personas que dependan de nosotros.

En las comunidades en que haya piscina y zonas verdes nuestra actitud debe ser la misma. Además de velar por el buen estado de estas instalaciones, debemos respetar sus reglas de uso. Si el presidente de la comunidad ha consensuado con todos los propietarios que el horario de piscina es de diez de la mañana a nueve de la noche lo respetaremos, a pesar de que en las calurosas noches de agosto no haya nada que nos apetezca más que zambullirnos en el agua a las cuatro de la mañana.

Si tenemos hijos pequeños, no permitiremos que se bañen en la piscina si no está el socorrista, a no ser que podamos estar permanentemente con ellos mientras dura su baño. 

Cuidaremos los jardines y no tiraremos ningún desperdicio en los mismos, aun a sabiendas de que el jardinero puede ocuparse de limpiarlos. Su labor no es precisamente recoger la porquería que por irresponsabilidad vayamos dejando a nuestro paso.

El uso del ascensor también puede dar lugar a problemas de convivencia. Debemos hacer un uso racional de este útil objeto, porque tampoco nos pertenece. Lo usaremos para subir o bajar de una planta a otra, y si hablamos con el vecino del segundo en el descansillo no lo haremos desde su interior dejando la puerta abierta e impidiendo su uso al resto de vecinos. Si está ocupado cuando necesitamos usarlo seremos pacientes. No compensa establecer una guerra de botones con el vecino del piso de arriba que llama al ascensor al mismo tiempo que nosotros. Siempre que esté en nuestra mano rentabilizaremos el ascensor, no sólo por los gastos que pueda originar, sino para hacer más corta la espera de los demás vecinos. Si vemos a alguien con intención de usar el ascensor cuando nosotros ya estamos dentro de él, esperaremos con la puerta abierta a que pase. Tampoco debemos poner mala cara si alguien interrumpe nuestro viaje mientras descendemos del sexto piso al sótano. Esa persona tiene el mismo derecho que nosotros a utilizar el ascensor.

Los animales domésticos provocan a veces verdaderos enfrentamientos vecinales. Nuestro gusto por los perros o gatos no ha de ser compartido por los demás, que están en contra de tener animales en pisos. Si nosotros decidimos tenerlos, siempre y cuando el estatuto lo permita, ha de ser con el compromiso que supone su cuidado, aseo y educación. Les sacaremos a la calle las veces que sean necesarias cada día, con el fin de que no «hagan de las suyas» en las escaleras. Procuraremos no bajar con ellos en el ascensor y si ensucian algo nos preocuparemos de limpiarlo. En cualquier caso, y a pesar de no que no esté prohibido tener animales domésticos en el edificio en el que vivamos, si el resto de vecinos se opone porque realmente les moleste los ladridos del perro o que el gato se cuele en su casa saltando por la terraza, se someterá a votación entre la junta de vecinos para dilucidar si se permite o no. Tendremos que acatar la decisión que se adopte, por mucha pena que nos dé, o incluso plantearnos cambiar de casa.

El resto de reglas de convivencia serán las normas mínimas que debemos aplicar en todas las facetas de las relaciones sociales. Saludaremos a cada persona con la que coincidamos en el portal o en el ascensor. Los buenos días, tardes o noches de rigor no deberán faltar. Igualmente cederemos el paso a las señoras y las personas ancianas, seremos corteses con todos y cada uno de nuestros vecinos. Si alguien llama a nuestra puerta se la abriremos educadamente y le brindaremos ayuda si está a nuestro alcance. Si alguien nos pide un poquito de sal o de azúcar, se la prestaremos con una sonrisa; es muy posible que en un futuro seamos nosotros los que necesitemos un favor.

En caso de emergencia nos mostraremos dispuestos a echar una mano. Como comentábamos al principio de este epígrafe, nuestros vecinos son las personas más cercanas a nosotros si nos surge un problema de gravedad. Hay muchas probabilidades de que a lo largo de nuestra estancia en una comunidad de vecinos, aunque sea temporal, suframos algún percance y nos veamos en la obligación de dar aviso a los bomberos, a la policía o de pedir auxilio al vecindario. Por ello, las relaciones que mantengamos con nuestros vecinos, además de tener que ser cordiales, pueden sacarnos de un apuro.

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