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LAS CAUSAS DEL ESTRÉS


Las causas del estrés son bien conocidas por la mayoría de los europeos y estadounidenses. 

Los problemas financieros, las relaciones personales, el trabajo, la salud, o acontecimientos traumáticos repentinos encabezan la lista, seguidos por innumerables agentes estresantes menores, como problemas con el teléfono inteligente o la tableta, el tráfico, una mala atención al cliente, acumulación de ropa sucia, la limpieza de la casa, llevar a los niños a sus actividades extracurriculares, conflictos latentes con amigos o familiares, la soledad, e incluso las luces o ruidos molestos cerca del hogar. 

El estrés tiene dos fuentes: 

1. Las cosas que podemos y debemos controlar. 

2. Las cosas que no podemos controlar. 

Espero que el siguiente material nos ayude a hacer frente al estrés y que podamos vencerlo en ambos terrenos. 

Las diez causas de estrés más comunes 

Según un estudio del año 2010 de la Asociación de Psicología de los Estados Unidos, las diez causas de estrés más comunes en Estados Unidos son el dinero, el trabajo, la economía, las responsabilidades familiares, las relaciones interpersonales, los problemas de salud, el costo de la vivienda, la estabilidad laboral, los problemas de salud de algún familiar cercano, y la seguridad personal. El 76 por ciento de los encuestados mencionaron el dinero como una causa de estrés. 

Pero también hay problemas que no podemos controlar. Todos tenemos que lidiar con el estrés que llega repentinamente a través de desastres naturales, un despido inesperado, la muerte de un ser querido, un accidente, o una enfermedad. Por lo general son cosas que están fuera de nuestro control. Es necesario entonces que cambiemos nuestra percepción y nuestra manera de reaccionar. 

ELIMINE LA PREOCUPACIÓN 

La preocupación es algo inútil. 

• “Temo que voy a perder mi trabajo”. 

• “Me preocupa tener cáncer”. 

• “Me preocupa desarrollar una enfermedad cardíaca o mal de Alzheimer”. 

• “Me preocupa perder el cabello”. 

• “Me preocupa que mi esposa pueda estar teniendo una aventura”. 

Lo único que puedo decir es que a través de mi experiencia se demuestra lo infructuoso que es ese comportamiento. No solo porque casi siempre nos inquietamos sin razón, sino porque la preocupación y la ansiedad son dañinas. Ambas son la acumulación de pensamientos y la sensación de “nervios” de que algo desagradable podría pasar (o que ya ha pasado). 

La preocupación y la ansiedad suelen estar relacionadas con lo que pensamos, imaginamos o percibimos. Sea a corto o a largo plazo, pueden llegar a convertirse en un estado mental. 

¡Hay quienes se preocupan por todo! Con ello solo incrementan su nivel de estrés. Las expresiones ataque de ansiedad y ataque de pánico se utilizan para denominar un episodio intenso de preocupación y ansiedad en el que se incrementan los latidos del corazón, y el individuo puede presentar hiperventilación, sudor, temblores, debilidad o molestias estomacales o intestinales. 

Esta ansiedad se puede originar debido a patrones de pensamiento distorsionados. Los preocupados crónicos casi siempre tienen pensamientos distorsionados. 

Los dos patrones principales de pensamiento distorsionado relacionados con la preocupación son los del tipo “¿Qué pasaría si...?”, y los que yo llamo “pensamientos catastróficos”. 

“¿QUÉ PASARÍA SI...?” 

El patrón más común de pensamiento distorsionado relacionado con la preocupación es la repetición de preguntas como: “¿Qué pasaría si...?”. 

La gente se hace preguntas como: “¿Qué pasaría si me despidieran del trabajo?” o “¿qué pasaría si no logro terminar mi proyecto antes de la fecha de entrega?” o “¿qué pasaría si me diera un infarto?” o “¿qué pasaría si mi hijo se convirtiera en alcohólico?” o “¿qué pasaría si la comida se quemara y la casa ardiera en fuego?”. ¡Son interminables! 

Los aficionados al “¿qué pasaría si...?” con frecuencia analizan una situación potencialmente peligrosa sin sacar conclusiones ni planificar soluciones, y casi siempre llevando la situación al peor desenlace posible. 

LOS “PENSAMIENTOS CATASTRÓFICOS”

Las preocupaciones imaginarias no tienen límites. En muchos aspectos, Abraham, a quien la Biblia llama el “padre de la fe”, podría representar la segunda categoría de “preocupados”: los que tienen “pensamientos catastróficos”. 

Cuando una hambruna asoló la tierra en la que vivía Abraham, decidió irse a Egipto con su esposa Saraí, que era una mujer hermosa. Abraham le dijo a Saraí que cuando los egipcios la vieran, iban a pensar que ella era su esposa y lo matarían a él para poder tenerla. ¡Abraham inmediatamente pensó en la peor situación! Por tal motivo, le pidió a Saraí que dijera que era su hermana. 

Cuando Abraham y Saraí llegaron a Egipto, eso fue exactamente lo que ocurrió. Saraí terminó en el harem del faraón, y el faraón a su vez le dio a Abraham grandes cantidades de ganado, ovejas, bueyes, burros, sirvientes hombres y mujeres, y camellos. Pero el Señor le envió grandes plagas al faraón y a su casa por causa de Saraí. Con el tiempo, el faraón descubrió la verdad y llamó a Abraham para preguntarle por qué había mentido con respecto a Saraí. 

El faraón le devolvió a Saraí a Abraham y les ordenó salir de Egipto (ver Génesis 12:10–20). 

La escena se repitió estando Abraham en la tierra de Abimelec, el rey de Gerar. Una vez más, presentó a su esposa como su hermana (en ese momento ya Dios había cambiado el nombre de Saraí por el de Sara). El rey tomó a Sara como una de sus esposas, pero antes de que pudiera tener relaciones sexuales con ella, Dios le advirtió en un sueño que esa era la esposa de Abraham y que debía devolvérsela. ¡Abimelec lo hizo inmediatamente! 

Una vez más, Abraham había “convertido en catástrofe” un resultado que no estaba ni cerca de lo que Dios había diseñado para su vida. Sin embargo, no podemos ser tan duros con Abraham. Él hizo lo que muchos hacemos. 

Mucha gente, al parecer, se enfoca en lo que Jesús les dijo a sus discípulos: “En el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:33). Sabiendo que las aflicciones pueden significar angustias, cargas, problemas, y persecución, elevan cada pequeña molestia e inconveniente a ese nivel. Olvidan que Jesús continuó su declaración sobre la “aflicción” con estas palabras: “pero confiad, yo he vencido al mundo” (Ibíd.). 

PREOCUPARSE, CONTRA PREOCUPARSE EN EXCESO 

Podríamos decir: “Pero yo no estoy angustiado, solo preocupado. ¿Qué tiene eso de malo?”. 

Ciertamente no tiene nada de malo preocuparnos, pero preocuparnos en exceso sí. 

Doc Childre, el fundador del Instituto HeartMath, acuñó la expresión preocuparse en exceso para describir un estado emocional. Él afirma que preocuparse en exceso es “simplemente preocuparse e interesarse tanto por algo que al final nos produce ansiedad”.

La preocupación fácilmente puede devenir en un exceso de preocupación, al asumir demasiadas responsabilidades por demasiada gente. Quien ha sido llamado a hacer muchas cosas para muchos, descubrirá pronto que no es posible lograrlo ayudando a todos todo el tiempo. De hecho, tal vez ni siquiera logre ayudar a algunos invirtiendo solo parte del tiempo. Se va formando un sentimiento de incapacidad, incompetencia, e insuficiencia... dicho en una sola palabra: de fracaso. 

Cuando el exceso de preocupación agota las reservas emocionales de un individuo, no le queda mucha “energía” para lidiar con otros conflictos de su vida. La gente alegre y con una actitud relajada puede volverse irritable. En lugar de ser un motivo de gozo, se convierten en una carga más. El resultado es que la vida vuelve vana, y se pierde la esperanza de que ocurra un cambio real. 

El exceso de preocupación puede terminar en “falta de preocupación”. De hecho, esto puede llegar a ser fatal. Recuerdo a una jovencita que conocí, que recibió una hermosa planta con flores cuando cumplió doce años. ¡Estaba tan emocionada! Nunca se había hecho cargo de una planta por cuenta propia, pero estaba decidida a mantenerla viva y hermosa. Ella sabía que en donde vivían, en Florida, la gente solía regar el césped a diario, así que comenzó a regar su planta todos los días. Después de dos semanas, se dio cuenta de que un par de hojas se estaban volviendo amarillas. Pensó que no estaba regando su planta con suficiente frecuencia, así que comenzó a regarla dos veces al día y a añadirle fertilizantes al agua. En el transcurso de una semana, todas las hojas se habían puesto amarillas. A la semana siguiente, todas las hojas se cayeron. La joven había matado su planta debido al exceso de preocupación. Muchos hacemos lo mismo con nuestra salud. Cargamos nuestra vida de tanta preocupación en nombre del cuidado, que nos programamos para obtener resultados desastrosos, e incluso mortales. 

No nos carguemos más de estrés tratando de abarcar más de lo que Dios ha provisto para nosotros. ¡Relajémonos! Tal vez la vida que estamos destinados a salvar es la nuestra. 

El estrés puede hacer estragos en nuestro cuerpo y nuestras emociones. Controlar el estrés y sus desagradables efectos secundarios requerirá recuperar un estado físico saludable. Esto se puede lograr ayudándonos con suplementos y una alimentación adecuada.

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