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LA BUENA EDUCACIÓN EN LAS LLAMADAS TELEFÓNICAS


Hace más de un siglo que se puso en funcionamiento la primera línea telefónica en Nueva York. Pasada la euforia de los primeros años, el teléfono se ha convertido en un objeto imprescindible en nuestra vida diaria, tanto en el ámbito profesional como laboral y social. Se ha instaurado e internacionalizado y hoy en día resulta difícil de imaginar la vida sin la comunicación telefónica.

El hecho de hablar por teléfono resulta tan cotidiano como sentarnos a la mesa para comer o encender el televisor. Sin embargo, es un acto que requiere la presencia de otra persona, nuestro interlocutor, y por ello deberemos utilizarlo con educación.

Una llamada de teléfono es algo para lo que uno nunca está preparado. No nos referimos a que contestar una llamada presuponga un esfuerzo o concienciación previa, pero sí es cierto que cuando suena el teléfono particular o el de la oficina debemos descolgarlo de forma inmediata y atender a la persona que nos reclama, es decir, no es una tarea que podamos dejar para más tarde.

Por ello, tanto si es receptor de una llamada de teléfono como si la efectúa usted, deberá tener en cuenta una serie de consideraciones.

Hay horas a las que no es adecuado ni cortés llamar a nadie, incluso a un amigo o familiar. La hora de la comida es una de ellas, aunque es cuando más fácil resulta localizar a las personas. A no ser que deba comunicar una noticia verdaderamente importante o urgente, no se puede molestar a la hora del almuerzo con una llamada telefónica. 

El mismo consejo es aplicable a horas tempranas o entrada la madrugada. Cuando nuestro teléfono suena a medianoche lo más lógico es que nos asustemos o nos temamos que ha ocurrido alguna desgracia. Por ello, a partir de una hora razonable será preferible esperar al día siguiente para telefonear a la persona de que se trate. Como pauta a seguir, le aconsejamos que no llame antes de las diez de la mañana ni más tarde de las once de la noche.

Respecto a las horas tempranas, la consideración que hay que hacerse es que es muy posible que nuestra llamada despierte al receptor. Sólo la urgencia justificará una llamada telefónica a estas horas.

Si vamos a telefonear, por respeto deberemos informarnos de las diferencias horarias que hay con el país origen de la llamada. Es posible que a las cuatro de la tarde en nuestro país sea una hora intempestiva de las anteriormente descritas en aquél. Nos aseguraremos de la franja horaria que rija el lugar donde vamos a llamar.

Cuando seamos nosotros los receptores de una llamada telefónica, contestaremos con un «Diga» o «Dígame». En esta cuestión pueden apuntarse matices, dependiendo del país donde nos encontremos. En Alemania, por ejemplo, la costumbre consiste en responder al teléfono informando del nombre de la persona que descuelga. Si usted llama a Alemania pueden responderle algo así como: «Adolf Seeger al habla». En Estados Unidos se suele contestar de manera parecida, o dando el nombre de la familia, tal como: «Casa de la familia Scott». En cualquier caso, y al margen de las costumbres oriundas de cada lugar, sepa que no debe contestar al teléfono de manera descortés o excesivamente seca, ni con un tono que muestre enfado por lo inesperado de la llamada. Disimule si le han interrumpido en algo, siempre y cuando pretenda parecer una persona educada.

Existe una manía muy arraigada en ciertos lugares que es francamente inaceptable. Cuando llamamos a una casa a cuyos miembros conocemos o a un teléfono directo de una empresa que sólo puede o al menos debe descolgar una persona en concreto y nos responde una voz desconocida, nunca deberemos preguntar por la identidad de la persona antes de identificamos. Si alguien descuelga un teléfono y la primera frase que escucha es «¿Quién eres?», lo más lógico es que se ofenda y se niegue a damos su nombre antes de conocer el nuestro. Lo correcto será que antes de pedir ningún tipo de información nos identifiquemos y después preguntemos por la persona con la que queremos hablar.

Los contestadores automáticos son verdaderos enemigos de personas reticentes a hablar con máquinas. Al menos ésa es la sensación que tienen quienes se niegan por sistema a dejar mensajes en un contestador. Lo cierto es que deberían superar ese prejuicio, ya que la funcionalidad de los contestadores es precisamente poder dejar un mensaje a esa persona que buscamos y no está disponible. No hace falta establecer una conversación profunda con el aparato. Bastará dejar constancia de nuestro nombre y número de teléfono, si es necesario. Tampoco es apropiado que contemos nuestra vida al micrófono del contestador, decepcionados por no haber encontrado a quien buscábamos.

El tono de voz que utilicemos, así como nuestra vocalización y pronunciación, serán determinantes. Hemos de tener en cuenta que mediante el teléfono la única herramienta de comunicación que usamos es la voz. Por lo tanto, si no vocalizamos bien nuestro receptor deberá hacer un esfuerzo para entendemos o se verá obligado a llamar nuestra atención y advertimos de sus dificultades para descifrar nuestras palabras. El tono de voz será moderado, ni excesivamente alto ni como un susurro. El objetivo es no dejar sordo a nuestro interlocutor ni obligarle a usar un altavoz.

No es adecuado que comamos o bebamos mientras estamos hablando por teléfono. Es una falta de respeto a nuestro receptor, ya que los ruidos guturales que emitiremos le impedirán entender nuestras palabras. Además, es un detalle de mal gusto que nos escuchen comer desde el otro lado del hilo telefónico.

Tampoco debemos hacer partícipes a otras personas de lo que estamos hablando ni mezclar conversaciones. Si mientras hablamos con una amiga llamamos al orden a nuestro hijo o saludamos a nuestra esposa que acaba de llegar del trabajo, lo único que conseguiremos es sembrar la confusión en el interlocutor, que comenzará a no distinguir cuándo nos referimos a él y cuándo no. Evitemos, por tanto, este tipo de situaciones:

El protocolo dice que el teléfono hay que usarlo para dar una noticia, una información breve o consulta, para interesarnos por el estado de una persona o su situación, etc. Sin embargo, hay personas para quien el teléfono se convierte en un medio de combatir el aburrimiento. Éstas, cuando llaman a alguien, le facilitan todo tipo de detalles sobre su vida, lo que ha acontecido el día anterior, no tienen ningún límite y si por ellas fuera se pasarían las horas colgadas del teléfono. Tenga en cuenta, si usted es una de esas personas que gusta de las larguísimas conversaciones telefónicas, que el tiempo de su víctima tiene un valor y que posiblemente no esté dispuesta a dedicarle tanto tiempo como nosotros al aparato. Procure no extenderse demasiado y si es usted quien recibe la llamada de esa persona ansiosa de hablar por teléfono y quiere ponerle fin, hágalo con educación. Una frase como «Espero que me disculpes, pero en este momento no tengo tiempo para seguir hablando», será suficiente.

Si vive con otras personas en la misma casa —sus familiares, su pareja, amigos con los que comparte piso, etc.— y el teléfono es de uso común, no lo monopolice. Puede ser que alguien necesite usarlo mientras usted está debatiendo con su amiga la trama del capítulo de la telenovela del día anterior. El uso será una cuestión de prioridades. Si como decimos usted convive con más personas, recuerde que el teléfono no es sólo suyo.

Cuando mantenga una discusión por teléfono para la que no encuentra un punto de entendimiento o cuando se enfade con su interlocutor, puede decidir posponer el diálogo para otro momento, pedir a la persona con la que hable que le escuche o incluso que no quiere hablar más con ella, pero lo que nunca haga, si no quiere resultar grosero, es colgar. Controle sus arrebatos, si se acalora por algo discúlpese y abandone la conversación, pero nunca cuelgue sin más, nunca deje a la otra persona con la palabra en la boca. Es la falta más grave que puede cometer en el contexto de una conversación telefónica. De la misma manera que no debe darse la vuelta cuando alguien le está hablando ni abandonar una fiesta sin despedirse de las personas que le acompañaban, no debe nunca colgar el teléfono sin previo aviso.

Si alguien por error marca su número no le cuelgue tampoco sin decirle, educadamente, que se trata de un error. No sea descortés, pues todos podemos equivocamos al pulsar los dígitos. Si es usted el que se equivoca, pida disculpas.

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