En los últimos años ha surgido en Estados Unidos un nuevo modo de adicción, la llamada ciberadicción, que en inglés se denomina IAD (Internet Addiction Disorder).
Uno de los adictos más famosos del mundo es el archimillonario propietario de Microsoft, Bill Gates, que cuando era niño tuvo que ser separado durante un largo período de los ordenadores porque sus padres consideraban que dedicaba demasiado tiempo a la informática.
La verdad es que la adicción a la que se refieren los estadounidenses es la adicción a la red de redes y a los móviles. Los videojuegos, de hecho, están perdiendo cada vez más adeptos que han sustituido las aventuras virtuales por los chats y el correo electrónico, redes sociales, videojuegos online...
Los niños necesitan saber el porqué de las cosas. Aunque aún no han llegado a edades en las que preocuparse de temas serios o agobiarse porque no tienen dinero para pagar la letra del piso, sí, a su manera, tienen inquietudes que les llevan a preguntarse las razones de las cosas, aunque su percepción no sea realista ni exacta debido a la edad. Por ello, no hay peor política en la educación de los hijos que la que consiste en ordenar cosas porque sí.
Hay padres cuya frase preferida es «eso no se dice» o «eso no se hace», con la que lo único que consiguen es que sus hijos no entiendan nada de lo que les rodea. Si usted considera que su hijo no debe andar descalzo por la casa, intente no darle una orden sin más que él deba obedecer.
Aunque para usted sean razones obvias, procure explicar por qué le pide a su hijo que haga tal cosa.
Cuando el niño no le obedece usted puede experimentar todo tipo de sensaciones, todas ellas desagradables, desde frustración hasta desesperación, que derivan en una percepción de cansancio de discutir y enfrentarse al niño sin conseguir nada. Por eso, le aconsejamos que mantenga la calma, que explique el porqué de las cosas.
Además, sería útil que analizase si usted es el prototipo de padre autoritario que se excede en sus órdenes. Es difícil reconocer los propios errores y mucho más fácil descargar en el resto la responsabilidad, más si se trata de un niño que apenas tiene uso de razón y no puede defenderse con argumentos, tan sólo con berrinches. Por ello, intente moderar su tono cuando habla a su hijo y trate de darle sólo las órdenes que son justas y necesarias. Un truco puede ser racionarlas, dividirlas en días, para no agobiarle.
Sepa que muchas veces de tanto dar órdenes éstas pierden su importancia para el niño, que se acostumbra a recibir un trato imperativo, que poco a poco deja de infundirle respeto. A veces los niños saben exactamente cuántas veces tienen que oír una orden para cumplirla, ya que calculan en qué momento su padre o madre van a empezar a enfadarse de verdad.
Predicar con el ejemplo
Es fácil educar a un hijo a base de los clásicos tópicos «eso no se dice» o «eso no se hace». También es muy fácil hacerle cumplir determinadas normas que los propios padres no cumplen. No puede dejar de sorprender a nadie el hecho de ver cómo unos padres tratan de educar a sus hijos en ciertos valores que ellos mismos nunca han adquirido, ni siquiera demostrado. Lo cierto es que de todo padre se espera la tarea de educar, forma parte de sus obligaciones como persona responsable de ese hijo. Pero lo que en ocasiones se olvida es que ese padre está tratando de transmitir un valor del que carece.
Frecuentemente esta carencia es más flagrante, porque lo que se transmite no son valores sino actitudes. Pongamos un ejemplo: no es muy ético que un padre o una madre luchen con su hijo e incluso le reprendan porque pone los pies en la mesa si ellos, al menor descuido del hijo e incluso delante de él, ponen los pies sobre ésta. ¿Qué credibilidad y qué respeto le están infundiendo a su hijo con esta actitud?
Las personas con carácter autoritario son muy dadas a servirse de esa autoridad para justificarse: «Ésta es mi casa y yo hago lo que quiero, pero él no». ¿Qué clase de educación es ésta? El niño aprende de lo que más cerca tiene, se fija y asimila, y los padres son sus principales educadores, su punto de referencia y apoyo. Por ello, no pretenda nunca que su hijo haga caso de un «eso no se hace» si ve que usted es el primero en hacerlo.
Las buenas maneras de los más pequeños
Hay niños que demuestran pronto muy malos modales. El origen de estos malos modos no siempre está en la educación recibida por parte de los pa-dres; además existen niños especialmente proclives a las malas maneras. Por una o por otra razón, hay que evitar a toda costa que su hijo se acos-tumbre a mostrar mala educación desde sus primeros años de vida. De ser así, será difícil que llegue a ser una persona con buenos modales.
La tarea de transmitir a sus hijos buenos modales comienza por su comportamiento como padre. Enséñele a tener buenos modos aplicándolos usted mismo. No pretenda que su hijo dé las gracias o le pida las cosas por favor si usted no está acostumbrado a hacerlo. Puede enseñar a su hijo, por tanto, mediante ejemplos, explicándole de paso que los buenos modales son importantes, dándole razones de por qué tiene que portarse de determinada manera.
Tampoco corneta el error de esperar más de su hijo de lo que él, por edad y desarrollo, pueda darle. De igual manera, si su hijo muestra cierto retraso en su educación, no pretenda que se acueste un día y a la mañana siguiente sea otra persona. No existen los milagros. Guíese de esta pauta: nunca espere que él se comporte como usted no lo hace. Es decir, no espere que haga algo que usted no hace.
Demasíados porqués
¿Por qué hace frío? ¿Por qué tenemos que ir a casa de la abuelita? ¿Por qué esa niña es rubia y yo morena? Podríamos escribir una lista interminable de porqués que asaltan al niño diariamente y con las que bombardean a sus padres. Es positivo que los pequeños sientan curiosidad por saber y conocer, y estas preguntas que formulan, incluso sin ser conscientes del alcance y trascendencia de las respuestas, ayudan a su desarrollo.
Aunque le resulte pesado, trate de responder a todas las preguntas que su hijo le dirija. Para él son tan sólo un modo de conocer el entorno, de dar respuesta a las dudas que le surgen, un medio eficaz de aprender y poder sacar sus propias conclusiones.
El problema que puede suponer esta lista inacabable de preguntas es que no todas ellas pueden siempre tener respuesta en el momento en que el niño las demanda. Esta imposibilidad de responder por parte de los mayores se debe, en muchos casos, al motivo de esas cuestiones.
En los primeros años de vida las preguntas son espontáneas, sin segundas intenciones y responden tan sólo a la curiosidad. Pero a veces, el hecho de hacer preguntas es sólo un modo de intentar acaparar la atención de los padres, sobre todo por parte de aquellos niños que siempre quieren ser el centro de atención.
Cuando su hijo abuse de los porqués usted puede establecer un horario en el que pueda preguntarle lo que quiera, de tal modo que el resto del tiempo el niño sepa que usted está descansando y que no puede interrumpir su descanso. Lo que sí debe tener presente es que el niño necesita que usted se tome muy en serio sus preguntas y que se las responda casi como si fuera un adulto. Si usted reacciona así a sus dudas le ayudará también a él a ser serio y en poco tiempo el tono de su conversación cambiará a mejor.
Lo que no debe permitir es que los porqués sean una respuesta; que a cada orden que no quiera cumplir, la respuesta de su hijo sea otra pregunta. En este caso deberá rozar la pesadez, insistir en lo que dice una y otra vez, sin dar más explicaciones.
No consentir más de lo necesario
No hay peor defecto que el que caracteriza a un niño especialmente consentido por sus padres. Cuando un niño no ha oído nunca un no por respuésta, cuando siempre ha tenido lo que ha querido y no ha aprendido a valorar el esfuerzo que supone conseguir cosas, se enfrenta a varios problemas de conducta y personalidad, de los que los padres tienen una gran parte de culpa.
Es fácil que un niño consentido sea un adulto frustrado. Por no aprender a tiempo posiblemente en el futuro sea un inadaptado, una víctima de la sociedad. Son frecuentes los casos de niños consentidos que en la etapa postuniversitaria no están preparados para afrontar sus propias vidas, porque están acostumbrados a que se les dé absolutamente todo hecho de antemano.
Los niños consentidos empiezan siendo pedigüeños y sus peticiones siempre son satisfechas.
Hay dos perfiles tipo de padres que consienten a sus hijos. Uno de ellos responde al progenitor excesivamente protector, que hace todo lo posible por no ver una cara triste en su hijo, por no hacerle sufrir si quiere algo que no tiene y pide. Este tipo de padres colman de atenciones a sus hijos, están demasiado pendientes de ellos y, a la larga, lo único que logran es que su hijo sea un perfecto desgraciado. Quizá estos niños, si proceden de clases sociales altas, no tengan problemas económicos en su vida, pero no se librarán de sufrir dificultades de adaptación.
La violencia está muy presente en la personalidad de los niños consentidos. Se debe a que al estar acostumbrados a conseguir todo lo que desean, si alguna vez sus pretensiones no son satisfechas se irritan, se enfadan con facilidad y carecen de la virtud de la paciencia. Pero además, la felicidad que sienten al cumplirse uno de sus deseos es efímera. No saben qué es la recompensa a un trabajo o un esfuerzo porque no ponen ningún tipo de voluntad para lograr algo.
Si éste es el caso de su hijo, usted mismo podrá comprobar que nunca se siente responsable de lo que hace mal, al contrario, busca una cabeza de turco a quien responsabilizar de sus actos.
El verdadero problema surge cuando estos niños crecen y no disponen de armas con las que enfrentarse a los problemas cotidianos.
No permita a su hijo más de lo necesario. Seguramente fracase en su vida cuando no pueda acudir a usted.
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