Todos los humanos estamos expuestos a determinadas órdenes fisiológicas que no podemos controlar. Nos referimos a las ganas de estornudar, de rascarnos ante un repentino picor, de bostezar después de una noche de insomnio o juerga hasta altas horas de la madrugada, o de dormir durante la celebración de una conferencia a la que tenemos que asistir por motivos profesionales.
Hemos querido denominar estas manifestaciones fisiológicas como momentos incómodos, porque no podemos controlarlas ni evitarlas, muchas de las veces que se presentan inesperadamente nos hacen sentirnos violentos e incluso fuera de lugar.
Comencemos por los estornudos.
Seguro que alguna vez se ha sentido ofendido por el comensal de enfrente o su compañero de mesa cuando ha estornudado de tal modo que pareciera que los cristales de las ventanas fueran a romperse. Y lo peor no ha sido su estentóreo estornudo, sino su flagrante falta de educación al no taparse la boca en ese momento y ni siquiera tener la deferencia con usted de girarse hacia el lado opuesto. Por si fuera poco, no ha tenido la precaución, teniendo en cuenta su agarrado catarro, de llevar un pañuelo en uno de sus bolsillos. Pues bien, señor o señora, tiene usted toda la razón en enfadarse y sentir que le han faltado al respeto, porque así ha sido.
Como decíamos más arriba, su falta de educación no radica en el estornudo en sí, porque ni puede controlarlo ni es culpa suya. Pero lo que no es admisible es que alguien que emite tal sonido gutural y bucal no procure taparse la boca con la mano o el pañuelo, ni girar la cabeza y dirigirlo hacia el aire, con el fin de no infectar el ambiente con sus posibles virus.
En este sentido, lo único que pedimos y pide la buena educación es que se tomen las medidas adecuadas, dado que el hecho en sí no es voluntario. Es curioso escuchar un perdón de la boca de quien acaba de estornudar. No es necesario pedir perdón por un estornudo, ni siquiera educado, simplemente no procede. Lo que sí procede son los consejos que acabamos de exponerle.
Los molestos picores, producidos en cualquier parte de nuestro cuerpo, constituyen también un momento delicado para sus víctimas. Imagínese que se encuentra en una reunión de trabajo y repentinamente usted siente un fuerte picor en la entrepierna, no importa a qué altura, tan intenso que no puede dejar para más tarde el hecho de rascarse y aliviarlo de alguna manera. La situación requiere mantener la compostura y educación y usted sólo pretende poner fin a esa molesta sensación cuanto antes...
Tiene dos opciones: una de ellas, la más incómoda, es esperar haciendo verdaderos esfuerzos a que termine la reunión para, una vez que se encuentre a solas, despacharse a gusto; la segunda será abandonar momentáneamente la sala y acudir al servicio, en el que podrá calmar su desazón. Pero en ningún caso estará justificado rascarse en público y brindar al resto el espectáculo.
El hecho de rascarse puede responder a una picazón repentina por cualquier motivo o a un tic nervioso, a una costumbre arrastrada en el tiempo, que hace que podamos observar en primera fila cómo parece que ciertas personas tuvieran más de dos brazos y más de dos manos y una increíble facilidad para llegar a los lugares más recónditos de su cuerpo. En estos casos será más difícil corregir la falta.
Nuestro consejo: no se rasque en público, ni siquiera disimuladamente para conseguir que nadie le vea. Una persona educada no hace o deja de hacer las cosas para contar con la aprobación de los demás, sino que actúa de manera espontánea.
¿Y qué hay de los bostezos?
Recordará sin necesidad de hacer un ejercicio de memoria, el tamaño de muchas bocas a lo largo de su vida. El caso de los bostezos sí que no tiene ningún tipo de justificación, ya que con un simple movimiento de mano hacia la boca, que la tape mientras dura el acto, es suficiente. La hora del día no hace más entendible el hecho de bostezar. Es lógico que a primera hora de la mañana todos sintamos sueño cuando nos dirigimos al trabajo o que a última hora de un duro día en la oficina la sensación de sueño o cansancio sea generalizada. Pero por ello no debe perderse la educación, ni siquiera ante personas de nuestro entorno o confianza. Es muy sencillo y tampoco requiere que se excuse por bostezar, simplemente cúbrase la boca con la mano; así de fácil.
Esa nariz...
Sabrá que la nariz ha de limpiársela con un pañuelo, de tela o de papel de un solo uso. Procure, además, no observar el estado del pañuelo después de haber sido utilizado y si está muy sucio, use otro la próxima vez. Una vez usado y antes de introducirlo en el bolsillo de su chaqueta, por ejemplo, dóblelo de tal modo que la parte usada quede doblada, así no manchará su ropa ni sus manos cuando lo vuelva a coger.
No quisiéramos dejar fuera un momento glorioso, digno de ser grabado con una cámara de vídeo para que sus protagonistas tomen conciencia de hasta qué punto violan las reglas básicas de urbanidad:
La espera en los semáforos.
Es excesivamente frecuente comprobar que los conductores de los coches, en la aburrida espera a que el semáforo ante el que están detenidos cambie a luz verde, realizan todo tipo de gestos indecorosos, como si se tratara de un momento de intimidad. No hace falta que rememoremos gesto a gesto, seguro que alguna vez usted mismo ha podido ser testigo de ellos. Recuerde: si el conductor es usted, que aun dentro de su coche está en la vía pública y por ello no debe olvidarse de su educación. El coche no es el lugar adecuado para poner en práctica la higiene. Si le queda un largo camino hasta llegar a su casa o al lugar al que se dirige, no le queda más remedio que aguantarse hasta que llegue a su destino.
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