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BUENOS MODALES EN LAS BIBLIOTECAS


Las bibliotecas son lugares que cumplen una importantísima función pública y recogen la cultura y la historia que a lo largo de los años se ha ido plasmando en los libros. Acudimos a las bibliotecas tanto para pedir libros prestados como para darnos al placer de la lectura, para estudiar o consultar dudas referentes a nuestro trabajo o estudios o procedentes de nuestra propia curiosidad.

En las bibliotecas debemos desarrollar un comportamiento adecuado, como muestra de respeto a las personas que las visiten y a la propia filosofía del centro. 

En principio, sabremos que las bibliotecas suelen estar divididas en distintas salas, unas destinadas a consultar libros y otras a la lectura de éstos o de prensa. Por ello, debemos respetar la posible división que exista y no utilizar las salas para otros fines distintos que no sean aquellos para los que están concebidas. La razón de ser de esta diferenciación de dependencias no carece de lógica. Cuando acudimos a la biblioteca para consultar un libro lo más posible es que necesitemos sentamos y disponer de un espacio mínimo en una mesa para tomar notas. No es el caso de la lectura, ya sea de novelas, prensa, revistas o cualquier otro archivo almacenado en la hemeroteca, para la que existirá una sala acondicionada.

Las bibliotecas tienen un horario de apertura y de cierre que hay que obedecer. Muchas de ellas cierran a mediodía. Lo más probable es que el horario esté marcado en carteles a la entrada, junto al bibliotecario que entrega y recoge los libros que se devuelven, o en cualquier otro lugar perfectamente visible para todos. El caso es que este horario existe para que se respete. A veces, junto a la especificación de la hora a la que se abre o cierra el centro, se recoge una leyenda que aconseja devolver el libro que estamos usando cinco o diez minutos antes de la hora de cierre. Esta petición por parte de los responsables del centro no es un capricho. Si todos los presentes devolvemos los libros en el crítico momento no se cumplirá con las horas fijadas de cierre, debido a la cola de personas que han de entregar éstos.

Si hay algo que se nos pide e impone en una biblioteca pública es que guardemos silencio. Es la regla de oro de este tipo de lugares, pues el silencio es necesario para conseguir la concentración que requiere la lectura.

Nunca hablaremos en una biblioteca salvo que sea estrictamente necesario, y si lo hacemos nuestra voz será un susurro, tanto para dirigirnos a otro usuario como si tenemos que solicitar la ayuda de alguno de los bibliotecarios para encontrar lo que buscamos o para realizar una consulta.

Si estamos perdidos por cualquier motivo, no somos capaces de descifrar el código numérico que marca el orden de los distintos volúmenes en las estanterías y tampoco acertamos a localizar un título en la base de datos del ordenador o en las fichas de búsqueda, pediremos ayuda a alguien del propio centro, que además es la persona capacitada para resolver cualquier duda. No debemos entablar una conversación con la persona que esté sentada más cerca de nosotros para pedirle ayuda, ya que molestaremos al resto.

Además del silencio, nuestras buenas maneras serán más que necesarias para cuidar lo que guardan las bibliotecas, los libros. Los libros son como un ente con vida propia, el legado que nos deja la cultura a través de las generaciones, en muchos casos un tesoro debido a su antigüedad, a su autenticidad o a que se trata de piezas únicas. Requieren nuestro mayor respeto y nuestro mejor trato. En ningún caso podemos maltratar los libros y escribir en ellos, aunque hagamos anotaciones escritas a lápiz. Los más puristas sostienen que no debemos escribir sobre un libro ni aunque sea nuestro. Pero esto ya es una decisión que corresponde a cada uno. 

Los de la biblioteca son libros que muchas otras personas van a consultar y no debemos robarle ese derecho a nadie. Ni escribiremos sobre ellos, ni arrancaremos una página que nos haga falta, ni haremos marcas sobre el papel, ni doblaremos la esquina superior derecha de las páginas que nos interesen. Las anotaciones las haremos en un papel aparte y si necesitamos marcar una página lo haremos con un separador.

Aunque en la mayoría de las bibliotecas públicas hay máquinas fotocopiadoras, no están destinadas a que fotocopiemos libros de lectura. Su función es que podamos reproducir páginas concretas de volúmenes de consulta, listados, índices o un pasaje determinado de un libro que necesitamos para estudiar nuestro papel en una obra de teatro; en definitiva, algo muy concreto. No está permitido, ni siquiera es legal, que usemos la fotocopiadora de la biblioteca para reproducir libros de lectura, novelas, antologías poéticas y, en general, títulos completos. No sólo está prohibido porque monopolizaríamos la fotocopiadora impidiendo que la usaran otras personas que puedan necesitarla, sino porque existe algo que se llama derechos de autor, derechos que inflingiríamos si fotocopiamos un libro y de alguna manera lo difundimos después. 

Pongámonos en un caso muy frecuente, el del estudiante que acude a la biblioteca para fotocopiar un libro de lectura que el profesor ha obligado a leer a toda su clase. Es muy posible que esta persona fotocopie el libro y, a su vez, sus compañeros copien sus copias, dando lugar a una cadena que se sabe dónde ha empezado, pero no se conoce dónde acabará. No violaremos los derechos de autor.

Existen bibliotecas destinadas exclusivamente a la consulta in situ de los libros. Pero la gran mayoría de las bibliotecas públicas tienen un servicio de préstamo de libros, que se concede a quien se hace un carné de socio. No cuesta dinero sacar libros debido a su carácter público, se trata de un mero trámite para controlar los préstamos y devoluciones de éstos. Este tipo de carnés lleva nuestra foto y es de uso personal e intransferible. A través de ellos podemos pedir prestados libros. 

Nuestras buenas maneras, que no debemos abandonar ni un instante, nos obligan a cumplir a rajatabla los plazos de entrega. Si nos prestan un libro por una semana o quince días, no lo devolveremos ni un día más tarde. De un lado, por el respeto que nos merece el propio centro, que tiene unas normas que debemos cumplir, nos gusten o no. Pero además, el respeto es también debido al resto de usuarios del centro, que tienen exactamente el mismo derecho que nosotros a tener la posibilidad de coger ese libro que nosotros no devolvimos a tiempo.

Por supuesto, el libro debe estar en perfectas condiciones cuando lo devolvamos, al menos tal como lo hemos sacado del centro. Si se da el caso de que por un despiste se nos pase la fecha de entrega, es posible que tengamos que pagar una multa al bibliotecario. Sea del importe que sea, no lo discutiremos, pagaremos sin más. Si no lo hacemos perderemos los derechos que nos otorga el carné de socio, pues la biblioteca se quedará con él hasta que cobre la multa, que, para quienes no lo sepan, aumenta cada día en importe, aunque sea una cantidad simbólica.

Si en alguna ocasión perdemos un libro que hemos sacado de una biblioteca pública, nuestro deber será comprar el mismo título y excusarnos por lo sucedido. Si desgraciadamente ocurre que el libro que perdamos se ha descatalogado y ya no esté a la venta en el mercado, se lo comunicaremos al responsable del centro y nos mostraremos dispuestos a solucionar el problema tal como nos indique, bien comprando otro título análogo o mediante el pago de una multa. Estaremos a disposición de la biblioteca, ya que somos responsables del agravio.

La mayoría de las bibliotecas tienen una serie de libros que no se destinan al préstamo. Por su valor histórico, económico, por su exclusividad para consulta u otras razones de similar cariz, estos volúmenes sólo pueden ser usados en el centro y ningún usuario puede sacarlos del mismo. Si alguna vez necesitamos uno de estos libros, tendremos que buscar la manera de organizar nuestro tiempo e ir a la biblioteca para leerlo, pero nunca trataremos de llevárnoslo ni de despistar al responsable de la biblioteca. Tristemente, no son pocos los casos de personas que ante la imposibilidad de pedir prestado un libro por el cauce habitual y legal, han tratado de sacarlo a escondidas, incluso con sus mejores propósitos de devolverlo a la biblioteca. No es de recibo.

Otro conflicto que se genera en las bibliotecas públicas es el causado por la falta de plazas para tomar asiento. En fechas de exámenes de los universitarios, por ejemplo, lo más probable es que haya personas que acudan a estudiar y deban abandonar el centro ante la falta de sitios donde sentarse. Si se trata de una época con gran afluencia de gente, y en un claro gesto de colaboración con el resto de posibles usuarios, evitaremos atribuimos una plaza propia dejando nuestro abrigo, bolso o libros sobre la mesa. Ésta es una práctica muy habitual entre los estudiantes. Si abandonamos la biblioteca por la mañana perderemos nuestra plaza y si volvemos por la tarde nos procuraremos otra. Lo que nunca debemos hacer es dejar objeto alguno en el asiento durante el mediodía señalizando que el sitio está ocupado.

Como en otros lugares públicos, está terminantemente prohibido fumar en las bibliotecas. Tampoco podemos introducir comida o bebida. Antes de entrar apagaremos nuestros teléfonos móviles: el sonido de una llamada dentro desconcentrará a los presentes.



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